El gladiador contra el racismo mandó callar a Anoeta tras anotar el primero de los dos penaltis con que el Real Madrid sentenció su visita a la Real Sociedad. Lo hizo a su estilo, ese que le ha llevado a granjearle la antipatía de la mayoría (quizá todos menos uno, el Bernabéu, al menos por ahora) de campos de Primera División.

Vinicius se llevó el dedo índice de su mano derecha a los labios, reclamando a la grada del feudo donostiarra que se callara. Lo que no explicó, ni durante el partido (podría haberlo hecho dirigiéndose al colegiado) ni después, es el porqué de ese gesto. Si fue por los pitos constantes de la afición local cuando el Real Madrid tenía el balón no tiene ningún sentido: ¿en qué campo no se actúa de esta manera? Si lo hizo porque le insultaban, tampoco tiene razón alguna: abanderado de la lucha contra el racismo, ¿por qué no habría denunciado dichos cánticos al colegiado de turno?

«De eso no opino, prefiero guardármelo para mí», dijo Ancelotti en rueda de prensa al ser interrogado por el gesto del ‘7’. Hasta el italiano, de paciencia proverbial, parece estar al borde de sus casillas por la actitud infantil de un jugador que reclamó hace escasos días que a España le quiten el Mundial 2030 por el racismo que, según él, la impregna. Sin tener en cuenta los miles de puestos de trabajo que una decisión de este tipo por parte de la FIFA destruiría en nuestro país. A él que le va a importar una minucia como esta, ¿verdad?

Cuando reciba insultos racistas, que los denuncie. Tolerancia cero en este aspecto. Ahí no hay discusión ni debate. Pero mandar callar porque sí, porque ‘acabo de meter un gol y me sale de las narices’, no. De ninguna manera. También por actitudes así habría que empezar a exigir sanciones.