Neeskens, el futbolista que nunca se cansaba, por Carles Rexach

Espuelazo Puro
Estoy aún bajo el impacto de la noticia. Neeskens ha muerto y me cuesta creerlo, con 73 años y una fuerza de la naturaleza. Aunque últimamente no tratábamos tan a menudo como en otras épocas, puedo decir que fue uno de los buenos amigos que tuve en el mundo del fútbol.
Afable, simpático, con mucho gancho en el trato cara a cara, la primera anécdota personal que recuerdo de Neeskens fue apenas llegado al Barça, en 1974. Él venía de ganar tres Copas de Europa con el Ajax y de hacer un gran Mundial en Alemania, marcando en la final con ese penalti tan de su estilo, de patada sin contemplaciones que batió a Maier, nada menos. Yo llevaba compartiendo habitación en las concentraciones toda una temporada con Cruyff y Johan me dijo: «Oye Charly, le diré a Neeskens que duerma contigo en cada viaje y así le enseñas a hablar castellano». Así fue. Enseguida se hizo con todos, con compañeros y con entrenadores, porque era del tipo de futbolistas que más gusta a los entrenadores, un tío que corría por todos, que ‘rascaba’, que metía goles y que hacía de todo por el equipo. Físicamente era un toro. Recuerdo entrenos que le teníamos que decir «¡Oye tú, para ya!¡Afluixaaaaaa’!», porque el tío no paraba. Nunca se cansaba y eso era oro para el equipo y para el técnico de turno.
Chutaba con gran potencia y era, como decía, un gran lanzador de penaltis. Aunque en el Barça recuerdo que una vez falló uno y ya prefirió siempre que los tirara yo. Otras veces los lanzaba Cruyff… De sus cualidades de jugador completo me acuerdo también mucho de aquellos famosos ‘tackles’ que, por supuesto, también le encantaban a todo entrenador por la cantidad de pelotas que recuperaba un tio con su curriculum. No iba de figura y ahí se veía. Si sus facultades como futbolista eran evidentes, las personales todavía eran superiores. Fuimos muy buenos amigos, entre otras cosas porque llegamos a ser vecinos en Capitán Arenas. Con los años, en sus visitas ocasionales a Barcelona quedábamos de tanto en tanto. Una vez incluso le dejé un coche pequeño que tenía en el garaje para que se moviera con libertad por la que había sido su querida ciudad.
Ese carisma se notó mucho cuando en 1979 jugó la final de la Recopa en Basilea sabiendo ya que no iba a continuar en el Barça. Él me dio el pase del 3-2 en la prórroga. Al volver estaba feliz por el histórico triunfo, pero muy disgustado, triste al tener que irse, y por eso aquellos cánticos de la afición en el recibimiento con el trofeo a cuestas le arrancaron lágrimas. Como las del barcelonismo hoy al enterarnos de su pérdida. Descansa en paz, amigo.
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