Nacionales – El eclipse interminable: historia, memoria y democracia en Venezuela

Los Espuelazos
Nuestra vida, después de todo, no es más que una suma de instantes discretos, separados unos de otros, cada uno de ellos vivido fugazmente, y cuya única garantía de continuidad descansa en los fenómenos misteriosos del recuerdo y la memoria. Carlos Peña, El tiempo de la memoria
@NixonDominguez
Los pueblos, como los individuos, viven sumergidos en la incertidumbre. Interrogar el pasado, como lo propone el historiador Germán Carrera Damas, no busca únicamente comprenderlo, sino contrarrestar el temor al porvenir. El ejercicio de la historia se convierte entonces en una forma de rendición de cuentas con nosotros mismos, una indagación identitaria, una manera de buscar sentido en medio del caos.
Carrera Damas plantea que la historia de Venezuela debe leerse bajo la tensión constante entre continuidad y ruptura, reconociendo que, si bien existen retrocesos y estancamientos, persiste una tendencia larga hacia la democratización. En este marco, identifica tres etapas —tres “eclipses”— en la marcha hacia la democracia. El tercero, iniciado en diciembre de 1998, ha supuesto, según él, una regresión autocrática encubierta bajo una retórica revolucionaria. No se trata solo de una interrupción del proyecto democrático, sino de su sustitución sistemática por una forma de dominación que ha logrado vestirse de lenguaje popular y participativo, sin ser ni lo uno ni lo otro.
Frente a esta tesis, la sociedad venezolana parece hoy encerrada en una paradoja: por un lado, una historia que se narra a sí misma como proceso de emancipación continua; por el otro, una realidad que desmiente esa narrativa y la hunde en una oscuridad institucional, ética y cultural. La pregunta entonces se vuelve inevitable: ¿cómo y quiénes están narrando hoy la historia nacional? ¿Desde qué perspectivas, con qué fines y, sobre todo, con qué consecuencias?
Narrativas del poder, memoria domesticada
Lo que Carrera Damas denuncia —y lo que resulta crucial comprender— es que los poderes fácticos no solo gobiernan el presente: también disputan la memoria. La historia oficial se convierte en un terreno de batalla simbólica, donde se manipulan fechas, próceres, gestas y derrotas para legitimar el poder actual. Se crea una “historia útil”, una versión complaciente que fabrica héroes y borra culpables.
Esta manipulación es eficaz porque conecta con una memoria social fragmentada. Los ciudadanos, urgidos por la supervivencia cotidiana, pierden capacidad crítica. La historia deja de ser un espacio de reflexión colectiva para convertirse en un instrumento de control. Se “olvida” lo que incomoda y se “recuerda” lo que conviene. Así, el relato del poder construye un pasado a medida, muchas veces sentimental, heroico, emocionalmente blindado frente a la crítica.
Por ello, más allá de las narrativas oficiales, es urgente preguntarnos qué lugar ocupa hoy la memoria crítica, la memoria como resistencia. ¿Qué responsabilidades asumen —o evaden— las élites políticas, intelectuales y económicas frente al presente autoritario? ¿Qué relatos alternativos están disponibles, si los hay, para los ciudadanos que aún creen en la posibilidad de recuperar el rumbo democrático?
Un eclipse transversal
La metáfora del eclipse, utilizada por Carrera Damas, es potente: sugiere una interrupción momentánea, un oscurecimiento temporal del camino. Pero en Venezuela, ese eclipse se ha convertido en un fenómeno prolongado, estructural. No es ya la noche momentánea de un proyecto fallido, sino una sombra que se ha filtrado en todos los niveles del poder: instituciones, partidos, medios, academias, incluso en los discursos de oposición que replican muchas veces las prácticas del poder que critican.
El “por ahora” de 1992, legitimado en las urnas en 1998, fue el punto de inflexión de este tercer eclipse. Pero no fue una fatalidad ni una imposición: fue, en gran medida, el resultado de renuncias previas, de silencios cómplices y de fracturas no resueltas en el tejido democrático. Lo grave es que el país aún no ha salido de esa etapa. En lugar de transitar hacia una nueva fase histórica, parece atrapado en una lógica de supervivencia institucional, donde las elecciones no garantizan alternancia, y las promesas de cambio son absorbidas por estructuras que han aprendido a perpetuarse bajo distintos ropajes.
En este contexto, cabe preguntarse: ¿estamos realmente en una “nueva” etapa o seguimos atrapados en una misma matriz autoritaria, solo que ahora más sofisticada y globalizada? ¿Dónde están hoy las condiciones mínimas para un nuevo 18 de octubre de 1945, una jornada que, con todas sus contradicciones, abrió un ciclo de modernización política y democratización social?
¿Hacia una memoria ética?
La era contemporánea —marcada por la globalización financiera, las migraciones masivas, la revolución digital, el multiculturalismo y la defensa transnacional de los derechos humanos— exige nuevas formas de pensar el poder y el pasado. El fenómeno migratorio venezolano, quizás el más doloroso de nuestra historia reciente, ha convertido al país en un tema planetario. Pero esa visibilidad internacional no ha sido suficiente para detener el deterioro interno. Aun con la luz que llega desde fuera, el eclipse sigue adentro.
Frente a esta sombra prolongada, la historia no puede renunciar a su dimensión ética. Como bien dice el filósofo Wilhelm Dilthey, la historia es “la trama de la vida”. No es un archivo de datos ni una máquina de generar identidades: es, ante todo, un juicio moral sobre lo que se hizo, se dejó de hacer, y se permitió hacer. No se trata de echar sal a las heridas, sino de impedir que se cierren en falso.
¿Vale la pena cargar con el peso de los errores de nuestros padres? Sí, si entendemos que la memoria no es venganza, sino advertencia. Recordar no es revivir el dolor, sino aprender de él. Por eso la historia no debe acomodarse a los intereses del momento. Debe, por el contrario, incomodar, desafiar, señalar.
¿Qué historia queremos contar?
A la luz de Carrera Damas y de tantos otros historiadores críticos, la pregunta central no es solo si Venezuela saldrá de este eclipse, sino qué clase de historia contará cuando lo haga. ¿Será la historia oficial del régimen, que hablará de resistencia antiimperialista y de victorias populares? ¿Será la historia de las élites que sobrevivieron al caos sin enfrentarlo? ¿O será la historia plural, incómoda, contradictoria, pero profundamente humana de un país que no renunció a pensar su pasado para forjar un futuro distinto?
Lo que está en juego no es únicamente una interpretación del pasado, sino la posibilidad de un porvenir. Porque toda historia es, en última instancia, una apuesta por el futuro. Y en esa apuesta, la memoria —como ejercicio ético, político y narrativo— no puede ser una herramienta del poder. Debe ser una brújula moral. El problema no es que recordemos demasiado. El problema es que, a veces, olvidamos lo que no deberíamos olvidar.
- Nixon Dominguez es historiador de la Universidad de Los Andes | Magister en Gestión de Gobierno – Universidad Autónoma de Chile. | Instagram: Nixonjds
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