Si forma parte de un plan del cual solo ellos conocen los pasos a seguir no quedará otra que asumirlo: siempre les sale bien.

Y si no, habrá que tratar de explicarlo pero, sinceramente, resulta complicado. Podría ser una cuestión de igualdad, de balanzas. En la primera parte juegan fatal y en la segunda genial. O quizás lo hagan para que la victoria luzca todavía más, para que la obra sea más asombrosa. Pero lo cierto es que este Real Madrid desconcierta hasta a los más cuerdos y lo de anoche ante el Borussia Dortmund rozó otra vez la paranoia. 

Porque los de Ancelotti volvieron a demostrar que no saben del todo bien a dónde van. Ni a lo que juegan. Si lo hacen con tres centrales o con dos. Si lo hacen con cuatro centrocampistas o con tres. Si con Rodrygo o con Camavinga. Saben, eso sí, lo más importante en el fútbol de élite: que quieren ganar. Y, de momento, hacen de todo para conseguirlo y les funciona.

Viven en otra realidad paralela. Una en la que nunca nada es imposible. Y justo cuando parecía que el Borussia iba a destapar todas las verdades, el equipo activó la maquinaría y aquello echó a rodar. Ayudó también la mano amiga de un Sahin que, con el 0-2, intuyó que había caído en la trapa y por si acaso, por si esta vez el plan de la remontada no salía, introdujo a un defensa en lugar de Bynoe–Gittens, el mejor jugador del cuadro alemán junto a Guirassy y Malen. Justo lo que no hay que hacer nunca en estos casos.

Entonces Modric, de 39 años y 500 noches de Champions como esta, y los ya veteranos en este tipo de empresas (Vinicius, Rodrygo, Lucas, etc) le enseñaron al nuevo, a Mbappé, como se hace y, de paso, se llenaron el bolsillo de la autoestima hasta los topes antes del Clásico.

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Lo del Barcelona, sin embargo, que ya asoma en el horizonte de la semana, será otra historia. O por lo menos eso parece. Queda ahora esperar y saber si para entonces el Madrid arregla sus problemas o decide fiarlo todo al Bernabéu. Visto lo visto, tampoco es tanta la locura.